4 de agosto
Mientras estoy trabajando me acuerdo de pronto que mañana es el cumpleaños del Elías.
No he parado de pensar en eso toda la semana, pero lo he pensado más en términos prácticos. He parado a comprarle un regalo, me he acordado de pasar por el supermercado comprando el cacao para el pastel, le compré las velas y toda la decoración de fútbol y de balones. Compré mal las velas, porque a pesar de que he repetido mil veces al día desde hace varias semanas, que cumple 12; igual compré dos 1. Solo cuando llegué a la casa y le conté al Armando que por suerte encontré dos número uno del color de Rockies (su equipo de fútbol). Mientras pronunciaba estas palabras me daba yo sola cuenta que compré un 11 y no un 12.
Volví al día siguiente a la tienda y no había el 2 del mismo tipo y compré una verde que desentona con toda la decoración de fútbol.
Me he pasado organizando cosas que hacer el sábado, pedí permiso en el trabajo, estuvieron a punto de no darme permiso y eso hubiera sido muy grave.
Pero hoy mientras arreglaba los zapatos en el trabajo me acordé de mí hace 12 años en la noche antes de que el Elías nazca.
Lo único que pude recordar con claridad, la puerta de entrada a rememorar esa noche, fueron las galletas del Subway que me compró el Armando.
La Samy (quien me había preparado para el parto) me había dicho que no podría comer dulces o chocolates cuando ya vaya a dar de lactar, entonces me quise comer esas últimas galletas. Creo que pedimos tres y me comí una y media, el resto me fui comiendo por pedacitos a lo largo de esa noche y un pedazo que sobraba guardé en una servilleta en la maleta que iba a llevar a la clínica.
Ahora me acuerdo que al día siguiente de que el Elías nazca, me entré a dar un duchazo, sin apenas poder caminar del dolor de todo el cuerpo masacrado después del parto y mientras me secaba, con el cabello goteando, buscaba mi ropa entre la maleta y me encontré el pedacito de galleta y me lo comí en secreto, como si fuera el mayor premio a haber sobrevivido a mi primer parto.
Las memorias del dolor se suprimen. Yo sé cuánto dolía, pero no puedo revivir el dolor, es cómo si no hubiera existido, no se alberga en ningún lugar de mi cuerpo. Así como tampoco se alberga la memoria de mi barriga de embarazada. No puedo recordar en el cuerpo la sensación de dolor del minuto en el que me desperté en la noche con dolor y supe que ya iba a parir.
Me acuerdo, pero no recuerdo nada.
Es como si solo lo recordara porque lo he contado muchas veces a lo largo de estos 12 años y me lo he contado a mí misma muchas veces.
Me acuerdo de la bonita alfombra rosada con azul del baño en la que me quedé acostada gritando sin poderme levantar. Me acuerdo como bajé las gradas de un salto en medio de una contracción enorme. Me acuerdo que gritaba como loca en el carro y que gritaba como loca en la calle mientras la Samy y el doctor abrían la puerta de la clínica.
Me acuerdo, pero no me acuerdo.
Es como si no fuera yo la que vivió esa experiencia que inundó y desbordó mi psique por tantos meses. Quizá esa memoria nebulosa es a lo que llaman estrés postraumático o solo es lo normal que la mente y el cuerpo hacen para seguir adelante con la supervivencia.
Me acuerdo, una vez más, cómo si fuera una película.
El Armando grabó el parto sin querer. La cámara se quedó encendida en el trípode. Por muchos años no quise ver y después vi pero sin audio, porque me aterrorizaban mis gritos; y cuando al fin vi y oí el video solo me sorprendía la conversacióon idiota que mantenía el doctor con la pediatra. Ese tipo de estímulo externo, es en cambio inolvidable.
Pero lo único importante de ese día permanece.
Elías
Elías
Elías, la criatura más increíblemente hermosa de la creación. Mi hijo. Al que me costó tanto años sentir mío, poder abrazar como mío, amar como mío, cómo parte de mí, como amarme a mí.
Desandar el camino de sentir al hijo ajeno, a sentir al hijo propio y llegar al presente a aprender que no es ajeno, ni propio; sino que es suyo, de sí.
Él es de él solamente y me regaló durante estos años la alegría de imaginarme que era mío. Pequeño, pequeñito. No me atrevo a describirte, a decir cómo eres, cómo eras, en qué persona te estás convirtiendo. No me sirven las palabras para eso. Tus virtudes, tus anhelos, de estos 12 años de tu vida, un recuento de proezas y alegrías. Ningún relato que pueda inventarme será justo con tu belleza y el amor que siento por ti.
Aquello que ha sido traumático de la maternidad no tiene nada que ver contigo.
Qué es lo puede sonar más extraño de creer.
Tú eres todas las partes buenas de la maternidad, tú eres todas las partes buenas de la vida.
Todo lo bueno.
Las partes duras han sido la de aprender a convivir conmigo misma, la de aceptar mis errores con compasión, algo que aún no he aprendido a hacer del todo.
La de evadir el dolor con ira, y la ira con depresión.
Pero si he vivido es por ti, para ser mejor para ti.
Para que el amor que te brindo sea verdadero, para que las palabras con las que te nombro te entreguen la certeza de ser amado, valioso, un ser humano con la habilidad de vivir una vida feliz y plena.
Doce años. Hace doce años me comía las galletas y me sentía cómo ahora, repleta. Con el estómago hinchado. Tan lleno que no podía dormir. Hoy cuando salí del trabajo, le pedí a Lukas, mi compañero del trabajo que me iba a dejar en la casa, que paremos a comprar galletas del Subway. Pedí una docena. Le dejé dos a él y el resto nos comimos de postre en la casa.
Le conté a Lukas de la noche antes de que el Elías nazca y él me dijo: “Increíble pensar que eso es algo que jamás voy a experimentar”. En la casa repetí la historia y les conté al Elías, al Nael y al Armando; y no pareció importarles mucho, pero estaban felices de tener galletas.
He sentido en estos meses, antes de cumplir 42 y el Elías 12, que ambos estamos viviendo un punto de giro en nuestras vidas. Aquí es donde empiezo a entregarte a la vida y yo empiezo a hacerme, poco a poco, cargo de la mía.
La memoria de este día hace 12 años invocada por las galletas.
Gracias por esta vida maravillosa que he vivido en ese tiempo de ser madre.
Acabo de abrir mi mail y me topo con una notificación de tu blog. Que gusto leerte a los tiempos Paulina (esto de abandonar las redes…). Creo que una historia que tenga galletas de por medio siempre será una buena historia ;) Me quedo con esto: "tú eres todas las partes buenas de la vida. Todo lo bueno." Ahora que nuestra Pali empieza a entrar a la adolescencia, y las etapas son nuevas, nosotros también no dejamos de darle gracias por permitirnos ser espectadores y partícipes de su transformación, su metamorfosis… que privilegio, que bendición (con todo lo difícil que a ratos es) más maravillosa nos dio la vida. Les mandamos un abrazo a la distancia. Ya le pasaré a la Anita tu entrada…