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Foto del escritorPaulina Simon T.

Una estación en bicicleta



Desde agosto les había dicho a todos mis compañeros del trabajo que reciben las donaciones que estén pendientes por si les llegaba una bicicleta en buen estado para poder comprarla para mí.


Así había comprado en primavera las bicicletas para mis hijos. 

Llegaron como donación, no estaban en el mejor estado pero el Armando que es bien perseverante para reparar todas las cosas, compró un kit en Amazon para arreglos caseros y puso ambas bicicletas a punto. 


El día que compré las bicicletas fue un día feliz. 


Me encanta sorprender a mis hijos, me encanta comprarles cosas, me encanta hacerles regalos inesperados. Como lo hago siempre, ya casi no existe la sorpresa. 

Nunca reaccionan como yo esperaría. Pero este día de las bicicletas, fue hermoso para mí aunque a ellos no les entusiasmara demasiado. 

Compré las dos bicis por 30$, me las tenía que llevar en bus y llovía. 


Creo que cuando las cosas se ponen más complicadas es cuando más las disfruto. 

Sobre todo cuando en el trabajo todos me preguntan:


 — ¿Cómo te vas a llevar las bicicletas?

— En bus

— ¿En bus? ¿Estás loca?

— Sí

 

Qué otros me digan que estoy loca parece una constante en mi vida.

La gente te dice loca por las cosas más simples y yo creo que siempre me lo he tomado como un halago y en este caso como un reto: 


¿Creen que no puedo llevarme dos bicicletas en bus, en la lluvia?

Ni siquiera llovía tanto. 


Caminé diez minutos hasta la parada y llegué a tiempo al bus de las 4:15. 

El año anterior cuando recién habíamos llegado, íbamos en el bus cuando una chica en una parada se subió puesta su casco y cargada con todas sus cosas. 

Todos los buses tienen en la parte de adelante una parrilla para dos bicicletas. Yo vi con sorpresa como trepaba su bicicleta a la parrilla y pensaba qué fuerte y qué valiente. 


Me parecía que era algo difícil de hacer. Y ahora iba a ser mi oportunidad de hacerlo sola y con dos bicicletas. 


El bus paró y forcejeé con la parrilla, tiene una agarradera que se presiona para bajar y luego subir las bicis y colocarles una palanca que sostiene la rueda delantera. El conductor decidió que necesitaba ayuda y se bajó del bus en la lluvia, se mojó los zapatos, y me ayudó a que ambas bicicletas quedaran bien aseguradas. Siempre me resulta un poco incómodo que alguien haga algo por mí, en especial si ha tenido que mojarse los zapatos. Le agradecí mil veces. 


Cuando llegamos a la parada de mi casa ya casi no llovía, yo les había mandado un mensaje a mis hijos para que me encuentren en la parada y aún no estaban ahí, entonces me escondí con las dos bicicletas detrás de un edificio en la esquina y cuando les vi, salí del escondite ruidosamente. Se pusieron felices; pero acostumbrados a las sorpresas, no fue un evento como yo esperaba. Pero yo me sentí satisfecha, heroica.





Varios meses más tarde, yo seguía buscando que llegara una bicicleta para mi a la tienda para poder unirme a los paseos familiares. 

Un viernes, Lukas mi compañero del trabajo me dijo: —Me contaron que estás buscando una bicicleta. 

Su papá le había dado una bicicleta para que done en la tienda porque había estado guardada en su garaje por más de dos años sin que nadie la usara.


—Si tú quieres una bicicleta, prefiero dártela a ti, que donarla a la tienda. 


Acepté. Una preciosidad. Mi propia bicicleta. 

Pasé por la incomodidad de no saber de cuántas maneras agradecer a Lukas por su gentileza. Le preparé unas galletas que se me quemaron, le llevé dos veces el almuerzo y finalmente después de algunas semanas llegó a la tienda una colección de DVD 's sobre las rutas que cubre el Canadian National Railway (el tren) en todo el país. Lukas ama los trenes. habla en general poco y lo poco que cuenta es que tiene problemas mentales y que ama los trenes y que quiere ser conductor de tren. Entonces pensé que ese sí era un regalo apropiado para agradecerle por la bicicleta y saldar mi deuda emocional. 


Empecé entonces a manejar mi bicicleta. Poco tiempo antes habían cambiado el horario del bus que me llevaba al trabajo y para llegar a las 8 am tenía que tomar el bus de las 7:10. Cincuenta minutos antes, sin contar con la espera y el kilometro que tenía que caminar. Según google maps, en la bicicleta iba a llegar en 15 minutos. Al comienzo fue extremadamente duro y me tomó más de media hora.


El minuto que llegaba al trabajo sentía que me palpitaban las sienes, las piernas, los pies. No sabía que estaba en tan mal estado físico o que manejar bicicleta tomaba tanto esfuerzo. Una fuerza que mi cuerpo no tenía, una destreza que mis piernas no habían desarrollado. 


Desde que comencé a trabajar y a pasar más de 8 horas al día caminando, yo me creía casi una atleta (en especial comparada con mi habitual sedentarismo de toda una vida), pero la bicicleta me probó lo contrario. Dolor de la cintura, dolor en el abdomen, dolor en las pantorrillas, dolor en las manos.


Pero mi determinación podía más que el dolor. No por ser disciplinada, constante, ni fuerte; sino por vergüenza. Porque ya les había contado a todos mi compañeros en el trabajo, y a todos y cada uno de los clientes con los que hablo en la tienda, que tenía una bicicleta nueva y que venía al trabajo en bicicleta. Centro de atención de todo el que quiera escuchar la historia de cómo me duelen las piernas y lo sacrificada que soy. ¡El aplauso! 



El dolor no pasó en las siguientes semanas, pero me acostumbré a la rutina. Poco a poco reduje el tiempo y a la semana finalmente dejé de usar google maps para guiarme en el camino y aprendí la ruta. 



Desde que llegué a Canadá siento todo el tiempo que mi capacidad de aprendizaje está a prueba. Mi negatividad y pesimismo me han hecho pensar que soy incompetente y un poco estúpida. Mi paranoia me ha hecho creer que tengo déficit de atención no diagnosticado o señales tempranas de alzheimer.


Aprender me cuesta trabajo, entender me cuesta esfuerzo, concentrarme es difícil. La bicicleta fue una rutina que me impuso otro aprendizaje sobre mi cuerpo, y de todo lo que es capaz y sobre ubicación geográfica básica. 


Solo siguiendo el mismo camino 180 veces (90 de ida y 90 de vuelta) pude aprender como llegar en bicicleta al trabajo. Cuando dejé de estar perdida me sentí un poco más feliz, y menos apurada.


Pedalear en contra del viento, pedalear con el paisaje amarillo del otoño luminoso, pedalear en el amanecer con el cielo rosado de fondo, pedalear y hacer sonar la campanita para que los peatones me den paso, soplar besos volados a las personas que me encontré en la parada del bus, pedalear con la llega del frio, pedalear en la lluvia, pedalear en el primer dia de nieve de este año. 





Amé cada día de los últimos meses en los que me subí en la bicicleta y sentí que hacía algo un poco más por mí misma, y un poco menos por los demás. 

Intenté escuchar música mientras manejaba, como siempre he hecho en todo momento, en toda ocasión, pero me sentí incómoda y aburrida; entonces descubrí que mientras pedaleaba, mi nivel de concentración, que suele ser bajo en general, estaba en su punto alto. Elegí varios audiolibros y escuché durante casi tres meses al Doctor Gabor Maté hablar sobre el trauma, sobre el cuerpo y donde almacena el dolor, sobre las adicciones, sobre el apego y la aceptación rotunda y  esa autocompasión necesaria que una debe hallar para poder seguir adelante con la vida, sin estar en constante búsqueda de salidas de emergencia.



Hice un día lo que mi mejor amiga Juliana me dijo: “Un día maneja la bicicleta solo por gusto”. Tome un dia libre y me fui al río. Maneje intrépidamente por la ciclovía compartida con el tráfico regular y me sentí como una ciclista profesional. Llevé en mi maleta un libro del Doctor Maté, almuerzo y mi matt de yoga. Maneje durante algunos kilómetros a lado del río hasta llegar al parque que está al filo de las rieles del tren que atraviesa Canadá y que algún día manejará Lukas. 



Me acosté en el césped frío debajo del sol, pensé en él y en su amor por los trenes, le grabé algunos videos y tomé fotos cuando pasó el tren, que nunca compartí con él, pero sentía en mi corazón la gratitud de haber recibido de sus manos la bicicleta en la que estaba pedaleando esta nueva emoción de sentir que no soy inutil, que no soy débil, que no estoy perdida, que no estoy sola, o que puedo estar sola y que eso está bien. 


Leí, hice yoga, me tomé selfies que no subí a ninguna red social, comí un burrito, contemplé la belleza del otoño, sentí en mi cuerpo el viento frío y supe que pronto será invierno de nuevo y que era una gran alegría estar ahí recibiendo el sol en la cara antes de que eso pase.






Maneje por última vez el día que nevó. La nieve comenzó como una lluvia pesada, una mezcla entre agua y hielo que me golpeaba la cara. Solo aguante la mitad del camino y después paré para terminar el trayecto en bus. La parrilla del bus estaba casi congelada. Maneje dos días más después de eso, y terminé oficialmente mi temporada de ciclismo antes de resbalarme, caerme o congelarme. 




Luego de un año y tres meses de ser peatona, usuaria de bus, de tren y ciclista, me enfrenté a un nuevo reto que puso a prueba mis antiguas habilidades sobre las que debí probarme, estudiar y actualizarme. Después de varios intentos conseguí mi licencia de manejo. A pesar de haber tenido una por más de veinte años, obtener mi licencia canadiense fue volver a empezar. Otra prueba qué sentí que no iba a ser capaz de superar. Todo es tan difícil aquí o todo es tan difícil cuando es nuevo, o todo es tan difícil cuando una ya no es tan joven. No sé. 


Del llanto sobre mis equivocaciones, mis exámenes reprobados, mis angustias que a tanta gente le causan risa, se alimentan las flores en mi cabeza. 


Voy creciendo de nuevo, aprendo a caminar, a manejar bicicleta y a manejar un auto otra vez. Aprendo a vivir mi vida sin testigos. 


Dejo constancia de esto que solo me importa a mí y que en algún momento me va a ayudar a apreciar la simpleza de la vida que con tanto esfuerzo estoy construyendo.



pd: el video del tren que nunca le mostré al Lukas




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