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Foto del escritorPaulina Simon T.

Un domingo de junio



4 de junio



Los chicos pelean demasiado.


Pelean todo el tiempo. Ayer tuvimos un día cargado de drama por cada pequeño detalle de lo que sucedía en el día. Cada uno quería pararse en el sitio en el que el otro estaba parado, sentarse donde el hermano se sentaba.

Les molestaba que el otro respire, que le mire, que le pregunte algo. Los dos tenían sueño, los dos tenían hambre.

El Armando y yo nos preguntamos permanentemente cuál es el problema y la razón de su rivalidad. Tratamos de hacer consciencia constante de que favorecemos a uno de los dos. Nos esmeramos en no favorecer a ninguno de los dos. El Armando dice que es algo que hacemos y de lo que no somos conscientes.

A veces decimos es la personalidad, es que pasan demasiado tiempo juntos, es que son hombres, es que son fuertes, es que tienen mucha energía. Y luego yo hago comentarios del tipo es que es luna llena. A veces el Armando está punto de darme la razón sobretodo cuando yo le insisto en que no digo eso de una manera esotérica sino más bien imitando algún post que vi de instagram en el que muestra la influencia de los ciclos de la luna en las mareas en la tierra y se veía un globo con el agua en pleno movimiento y yo le digo: El ser humano está hecho 80% de agua entonces nos influye igual y se movilizan las emociones. Esta última frase me parece robada de algún lado, nunca uso una palabra como movilizada para referirme a las emociones. Aunque aprovecho que la usé para decirle al Armando, que en mi caso las emociones están movilizadas de manera permanente, con o sin luna llena.


Pensando en ayer. Hoy domingo amanecí sin ningún deseo de salir con ambos a la calle. No tenía ganas de tener un día familiar en el que todos peleamos. De escucharle al Elías ansioso llorar diciendo: ¡Por favor estemos bien!


Les avisé que me iba a ir sola a una feria que hacen en la calle en el centro y el Nael quiso venir conmigo; sin que el Elías diga yo también; porque él quería quedarse con su papá a diseñar sus entrenamientos para la semana.


Apenas salimos de la casa, antes de subirnos al ascensor le pregunté, Quieres que llevemos un libro o solo conversamos hoy y me dijo: Solo conversamos.


Caminamos a la parada del tren. Él me juró que cuando no hay nieve la caminata se vuelve corta y agradable. Así fue. Caminamos cogidos de la mano, en la parada paseamos de un lado a otro mientras llegaba el tren. Conversamos sobre cómo se valida el ticket para ir en tren y me contó en qué cuatro escenarios se debía aplastar el botón de emergencia de la estación. Una es medical emergency; dos es vandalismo, tres harassment; y cuarta es fire.


Llegó un hombre cargado con una funda inmensa de latas y nos saludó y nos deseo un buen día. A veces el Nael se asusta cuando ve mendigos, personas homeless o gente rara; pero hoy saludó tranquilo. Y me dijo: -Viste como el viejito nos saludó-


En el tren se puso nervioso porque se demoró en salir. Me preguntaba: -Qué pasa, qué pasa-. No pasa nada le dije. Se abrazó al tubo del corredor del tren y cerró los ojos, cuando los abrió vio al conductor y se alegró de saber que todo estaba bien. Siempre tiene la sensación de que algo malo está a punto de pasar si la rutina de las cosas cambia por un segundo, si hay algún sonido extraño, si las pantallas del tren muestra otro nombre de la parada. Hoy en el tren, pasaban todas esas cosas, pero yo le dije. Estás conmigo y todo el tiempo le estuve abrazando y tomando de la mano, jugando con su pelo y acariciándole la cabeza encima de la gorra y parecía que eso le reconfortaba porque estaba de buen humor todo el camino.





A los dos nos encanta el viaje en tren y a mi en especial me gustó el de hoy domingo. Quise tomar una foto de cómo se veía el vagón, le tomé una foto a él agarrado del tubo. En nuestro vagón viajaban familias, personas solas, jóvenes, ancianos, personas negras, latinos, blancos, una persona con un andador, el viejito con la bolsa de latas. En ese momento con la luz hermosa del sol que entraba por la ventana del tren y mientras pasábamos por el río de aguas verdes casi turquesa, sentí: Me encanta este momento; me encanta estar viva en este momento, amo la compañía de mi hijo, estoy feliz de haber venido a este país de todos, a encontrarme con la humanidad entera en un día de primavera.

Acaba de empezar junio. Es un día extremadamente caluroso, ya no parece primavera, parece que el verano se hubiera tomado la ciudad, el humor de la gente, la alegría de los cuerpos que se muestran de todos los colores; después de tantos meses de invierno.


Llegamos a nuestro destino, caminamos por la calle 4 y en el camino pasamos por una foto de Messi en un bar. Le pedí que se tome una foto, al comienzo dudó, pero no hizo falta insistir. Una chica que pasó por al lado nuestro nos dijo: Nice!


Me encanta que me tome de la mano. Sentir sus dedos flaquitos y melosos. Me encanta escucharle hablar. Siempre está hablando. Muchas veces no estoy segura de qué habla, me explica cosas que ha visto en Shorts de youtube. Algunas cosas son enredadas, otras son historias de perros, otras de fútbol. Vemos en la calle a muchas personas mayores y me dice: “Yo igual que el Elías, quiero adoptar viejitos”. Yo le pregunto: ¿Y perritos? y me dice: “Sí eso sería perfecto adoptar viejitos y perritos para que estén juntos y los perros les hagan también felices a los viejitos”.


Llegamos a la feria, hay ventas de todo tipo, hay demasiada gente. No podemos empezar la caminata sin tomar café. En el primer stand pedimos un café frío para compartir. Él me pide que por favor diga su nombre para que lo escriban en el vaso y nos llamen por su nombre cuando esté listo. Me dice, ojala digan bien mi nombre. No lo dicen bien, cómo siempre, y le corrijo a la chica y nos vamos felices compartiendo nuestro Frozen Americano de $5,25.


Hace sol, hace calor, él habla de muchas cosas más. Yo le hago preguntas y me alegro con todo lo que me cuenta. Sigue tomado de mi mano, me aprieta más a medida que más gente se suma a la calle y la multitud crece. Vamos leyendo los letreros de cada puesto y yo le voy diciendo en voz alta que venden en cada uno. Vemos un grupo haciendo capoeira y grabamos un pequeño video para mandarle a nuestro amigo que hace capoeira en el Ecuador.


Recorremos desde 10 avenue hasta 18 avenue; estamos listos para volver. Ha elegido que de todas las cosas que vio quiere que le compre un algodón de azúcar, y yo ya había prometido.

En el camino de regreso nos encontramos entre la multitud con Rupali, nuestra vecina hindú. Ella nos sorprende diciéndonos: “We always meet, even in this crowd, we meet!”. Caminamos juntos varias avenidas de regreso al tren y ella se despide para ir a comprar frutas. Tratamos de hacer un plan lejano de algo que podríamos hacer juntas, en lugar de siempre encontrarnos en la calle por casualidad y nos despedimos.


Vamos a la estación del tren y vemos a unos chicos que graban un video mientras hacen parkour. Nos quedamos un rato viendo, hasta que aparecen los zombis y nos alejamos un poco. Siempre me impresiona mucho la forma que toma el cuerpo de las personas que están en la calle consumiendo drogas.

No dejo que este pensamiento se instale en mi cabeza en este momento en el que tengo su mano melosa por el algodón de azúcar en mis manos.


De regreso vamos sentados. Conversa sobre las estaciones del tren. Se pregunta si todas las personas entienden el letrero en el que se anuncia la siguiente parada (por qué estamos en un tren viejo, en el que la pantalla no despliega el recorrido, sino solo el nombre, y en algunas paradas el nombre está equivocado.


Llegamos. Caminamos de la parada del tren a la cancha de fútbol en la que le espera el hermano con todos los amigos para jugar un partido. Se mete a la cancha por una puerta con candado que está entreabierta y me da un beso en la boca a través de la reja.


Me voy caminando a la casa sola y siento que mi día ha sido perfecto.

Hago un esfuerzo por describirlo detalladamente antes de que las impresiones se desvanezcan. Antes de que mi mente convierta todo en olvido, necesito volverlo gratitud y alivio. Necesito luchar contra la persistencia de albergar memorias dolorosas y contrarrestar con la simplicidad de este día.

Necesito escribir. Obligarme a escribir sin juzgar si vale la pena la banalidad de este relato, sin juzgar mi forma, ni mi contenido. Limando las asperezas de la dureza con la que juzgo mi vida, mis decisiones, mi pasado, mi perspectiva actual, mi forma de emplear el tiempo, mi edad, el modo en el que he criado a mis hijos, las pocas cosas que he logrado, los pocos lugares del mundo en los que he estado.


Estar presente en mi vida como una ocasión que vale la pena vivir, aunque siempre me parezca que la vida de los demás es la que vale más la pena.

Regreso a mi casa y todos están de buen humor a pesar del calor y de la luna, es bueno a veces romper el cuarteto y hacer parejas. Ese tiempo de dos, tiene una calidad que hoy me ha brindado el más bello día del inicio del verano. Mi primer verano en el país del norte con mi hijo, el más pequeño. El que más duro me ha puesto el camino, pero con el que definitivamente puedo tomarme un café mientras hablamos por la calle de una ciudad que apenas conocemos pero de la que nos sentimos dueños y en la que pisamos firme, con nuestro vínculo en permanente construcción.


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