Los días pasan. Pasan rápido. Cada minuto de mi pasado se desvanece ante la vorágine de los nuevos eventos de mi nueva vida.
Esta nueva vida depende totalmente de mi.
Es como si la empezara yo sola de cero.
Volver a nacer, nacer siendo adulta tiene su vertiginosidad.
Volver a aprender.
Mi cerebro está excitado todo el tiempo con tantas cosas nuevas que conoce a diario, la gente nueva y rara que encuentra en cada esquina.
Decir las cosas en otro idioma, sentir que hay muchas veces en las que me hago entender y conecto con un ser humano fuera de mí que me responde.
Los canadienses son amables dice siempre mi hijo Elías. Yo no sé si todos son amables, es una generalización. Yo lo que siento, es que más allá de que sean amables, les gusta hablar, la gente está muy sola en un país demasiado grande.
Todo es metafórico en este país en relación a la proporción entre las personas y los espacios. En relación al número de personas por hectárea. No sé si es el país menos poblado del mundo, pero debe estar cerca.
Entonces la gente es solitaria.
Los sistemas familiares son otros; las culturas son una amalgama absoluta, pero todos, o casi todos, adoptamos el canadian way. Mantener conversación casual y saludar con toda la gente siempre, y muchas veces al día, en casi todo contexto.
Siempre hay alguien que además de la conversación casual también te cuenta algo totalmente íntimo, una anécdota muy personal o algo fuerte por lo que están atravesando en ese instante.
Hoy en el bus 9 una mujer empezó a irritarse mucho porque mis hijos hacían demasiado bulla en un bus casi vacío. Ellos viajaban atrás solos, y sí hacían mucha bulla.
Me siento responsable de no haberles hecho callar antes. Creo que ya estoy acostumbrada a su ruido, y me aíslo. Les pedí que hicieran silencio. Solo los latinos gritamos en el bus o solo yo: Elías y Nael basta en este instante. Qué cara habré puesto que se callaron. Y ella sintió la necesidad de disculparse conmigo contándome que en realidad no podía con tanta bulla en ese momento. Acababa de visitar a su hermana en un hospital. Ella sufrió un derrame y su pronóstico es reservado. Ella no es de Calgary, es de Edmonton, no se ubica bien y el señor conductor del bus está pendiente de ayudarle a cambiarse luego al bus 53.
Está a punto de llorar, cuando empezamos a hablar de mi perra, que viaja en el bus con nosotros (con el circo ambulante Salazar Simon, no podía faltar la perra). Empezamos a hablar de perros y me dice que le gustan pero que no quisiera hacerse cargo tanto de alguien.
Luego la chica que está a lado entra en la conversación y les cuento a las dos que se trata de una perra viajera. Que ya viajó en cabina de avión, en carga, en auto y ahora en bus.
Ellas se sorprenden, se ríen, la acarician y la chica empieza a contar que es estudiante, (también está sola) y que es de British Columbia y que extraña mucho a su perro, un labrador negro que ha roto todos los arneses que le han comprado en su vida. Nuestra perra está estrenando hoy en el bus su arnés rojo, se ve preciosa. Es realmente preciosa. Tiene un magnetismo que alivia toda tensión entre la gente.
La mujer de la hermana en el hospital parecía más tranquila con nuestra compañía y la conversación. Me contó que había vivido toda su vida en Edmonton. Yo le dije que sabía que Edmonton es muy lindo y que no podía esperar para ir a conocer esa ciudad. (I can’t wait to go there). Aunque me han dicho que a Edmonton, le dicen Deathmonton; así que en realidad no es una prioridad.
Cuando nos vamos a despedir, le deseo de nuevo que su hermana se mejore, y de pronto me viene de la nada la idea de decirle: “Voy a tener a tu hermana en mis oraciones”. Parecía lo mejor que podía decirle a una persona sola en el bus, en la noche de Thanksgiving, volviendo del hospital donde dejó a su hermana con pronóstico reservado. Yo igual puedo rezar por ella hoy ahora que casi he aprendido de nuevo, a fuerza de necesidad.
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