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Foto del escritorPaulina Simon T.

Se acabó el verano

(apuntes sobre el primer año de migrar)



Agosto pasó rápido.



Entre las olas de calor, la escuela de fútbol, nuestro primer aniversario en Canadá, mis cinco días de vacaciones, el cumpleaños del Elías y el mío, ir a la piscina, practicar el viaje en bus a la nueva escuela del Elías, que empezó secundaria; mi proyecto personal de comprar un congelador para almacenar comida y que la gente de esta casa dejé de quejarse de hambre.


Cumplir 42.


Hace años que dejaron de gustarme mis cumpleaños. Demasiadas expectativas. Las mías.


Este año lo que más me afectó no fue tanto cumplir años, sino saber que mi primogénito cumplió 12 años y comenzó a ir a la secundaria, que está casi de mi tamaño, que es un logro pequeño, pero grande por ahora.

Sentí casi de inmediato que envejecí, crecí y los costados de mi cabeza se repletaron de canas.

En algún lado leí que el color del cabello se desvanece con la edad, pero también con el estrés. Desde que llegamos a Canadá, no he parado de perder el color del pelo, de llenarme de canas y de arrugas. Las líneas de expresión se acentúan alrededor de los ojos y las que más me asombran son las dos líneas (surcos) que descienden desde la nariz hasta la boca, ¿comisuras? ¿se llaman así? Yo les digo surcos.

Esas preocupaciones que tenía hace unos años y sobre las que hice tantos chistes en las reuniones con las amigas ahora se convirtieron en mi realidad. Soy un espíritu veinteañero, más por lo inmaduro, que por lo juvenil, en el cuerpo de una señora de 42 años. ¿Qué significa esa madurez en la piel, en el cabello? Nada. Que soy más vieja.

¡Vaya verano!




Este agosto recibí varios golpes. Unos literales y otros metafóricos. Primero fue el metafórico, apenas una forma de decirle al primer ataque racista frontal que he recibido en Canadá. Estaba en el trabajo (trabajo en un Goodwill, una thrift store) y mientras llevaba unos muebles en un dolly a la parte de atrás de la tienda un tipo se me acercó, un viejo, blanco, de esos estilo vaquero (vivo en western Canadá, y eso no es solo la ubicación geográfica, como yo creía, sino también todo lo que implica la cultura “western”.

(They call them rednecks for a reason, you know. Well I didn’t know.).


Me dijo en un inglés muy cerrado y enojado: When is old man 's day?


Yo no entendí lo que me decía y le pregunté dos veces: —Excuse me?


Cómo no le entendí, se alejó de mí y gritó: —Oh I don’t speak mexican


Lo que quería saber es cuándo era seniors day, que es el día de descuento para la tercera edad. Y yo me quedé parada en la mitad de la tienda sosteniendo el dolly y apretando los puños en el manubrio sin saber qué hacer. Me congelé por un par de segundos. Ya había tenido que lidiar con gente grosera en otras ocasiones: el tipo que me acusó de quemar biblias; la señora que, mientras llevaba un rack repleto de productos diciendo: —Excuse me! me gritó:


—Excuse me, please! You say: Please! Learn how to speak!.


Pero esta vez la forma del insulto me resultó nueva.

Unos pocos días antes, en una de las charlas de seguridad industrial que nos suelen dar en las mañanas, hablaron sobre el racismo y la discriminación y mi jefa nos dijo que si alguna vez alguien nos trataba mal, no dudemos en llamarle de inmediato. El 70% de las personas que trabajamos en la tienda somos inmigrantes, el 20% personas con discapacidades y el otro 10% son las mujeres blancas que dirigen la operación de este pequeño circo que es una tienda de Goodwill.


En ese momento, no sé de dónde, aparecieron las palabras en mi boca y le grité:


You can’t talk to me like that.


Después un poco más alto: —You're being disrespectful!


y después ya más enojada y más alto: —I don’t have to take this shit, I’m calling my manager right away!


No me di cuenta que había algunos clientes mirando la escena, entre ellas varias señoras mayores, por que sí, ese día era Old man 's day! y una me dijo: — Anda, corre llama a tu manager.


Cuando fui hacia la oficina empecé a quebrarme poco a poco y a temblar, entré y alguien más ya había ido a buscar a mi jefa, que bajaba las gradas hecha una furia, pasó por mi lado y solo me dijo: ¡Quédate aquí!


Yo me quedé sentada en el piso llorando y temblando. No era el insulto lo que me hacía temblar, sino mi reacción. La fuerza de haber reaccionado me conmocionó. No he sabido nunca reaccionar contra un agresor. Dentro de mí pensaba, no veo el problema de que alguien me diga mexicana; eso no es un insulto. Pero todos sabemos lo que significa para un tipo blanco en la cultura western norteamericana.


La impresión me duró varios días y en lo que siguió del verano, no fui la única atacada. El calor del verano, acaloró a la clientela que llegó a desquitarse con nosotros por el clima, el calentamiento global, la inflación, la crisis de la falta de viviendas en esta ciudad, el agobio de ver que cada día llegan más y más inmigrantes y refugiados a Canadá.


El calor de agosto, acaloró a los locales y al menos tres de nosotras recibimos el golpe de la ola de calor.


Lo menos agradable para mí fue que antes nunca había tenido miedo y de pronto, empecé a ver posibles agresores en todo lado. En el trabajo, empecé a evitar hacer contacto visual con la gente, en especial cuando son hombres blancos. Igual en los buses, trenes y paradas. Traté por unos días de no hablar en español con mis hijos mientras vamos en bus; pero esconder el idioma materno es antinatural.

A los pocos días fui a comprarme una base de maquillaje con protector solar (con eso de la vejez y los surcos) y la vendedora que trataba de ayudarme, me mostraba los colores. Había tres y me decía:


So, definitely not number 1 because that 's white and you are not white… Look, I’m white. You are not white, so number 2 should be right.


En mi cabeza pensaba: Es el color del maquillaje, este nos es un comentario racista, es el color del maquillaje, no es un comentario racista.


No es una ofensa para mí saber que no soy blanca. No es algo de lo que me acabo de enterar; solo me acordé de todas las veces en las que en el Ecuador me dijeron mil veces:


—¿De dónde es usted vea bonita, gringuita? yo siempre me reía y decía: —Cómo voy a ser gringa, soy de Latacunga. Y siempre había risas e incredulidad.


Privilegios del color, desventajas del color.


Ser de un sitio al que en apariencia no perteneces y llegar a un sitio al que definitivamente no perteneces; ha sido, luego de un año fuera del país en el que nací, el modo de asumir el rol de inmigrante.


La verdad de la no pertenencia, la extrañeza y el temor, caben en esa palabra, inmigrante.


Con el exceso de darle vueltas a estas ideas, volvieron mis excesos. La depresión post cumpleaños, vejez, canas arrugas, hijo adolescente; sumada a la depresión post agresión racista y haber tenido 5 días de vacaciones, después de los que me esperaron con 5 días de trabajo acumulado.

Agosto, otro episodio del que no me voy a levantar hasta tener alguna señal, hasta tocar fondo.


La señal fue el golpe físico.


Atravesada por el golpe metafórico, llevé a mis hijos a la piscina de toboganes.


La versión corta de esta historia es que cuando logré convencerle al Nael que el tobogán azul era muy fácil y nada miedoso, nos bajamos juntos, y todo iba bien, hasta que un poco antes de llegar al final, nos encontramos de frente con un niño pequeño que había decidido subirse al tobogán por la salida. Mis piernas le golpearon primero y luego cayó de cabeza en mi cara. Esas cabezas grandes y duras de los niños que pueden romper todo lo que se cruza en su camino como parte del plan de supervivencia divino; rompió mi pómulo.


No roto, de verdad, pero tres semanas más tarde sigue doliendo. Un ojo morado, la cara morada, los lentes torcidos. Mis hijos corriendo a buscar un salvavidas, una visita breve a los paramédicos a que me pregunten si sabía dónde estaba y quién era el presidente de Canadá, dos compresas de hielo, la humillación.

Tocar fondo. La señal. (los abuelos del niño en cuestión, eran blancos entonces decidí mejor no acercarme a protestar).


Se acabó el calor. Volvieron a la escuela. El Elías va y regresa solo de su High School en bus y tiene su primer celular y airpods; habla en inglés por teléfono con sus muchos amigos y oye una música extraña. El Armando comenzó su segundo año de maestría, el Nael cuarto grado, el congelador nuevo funciona bien y alberga una deuda adquirida en una visita a Costco, (en la que me dio un ataque de pánico en el parqueadero mientras sujetaba la factura con una mano y el pecho con la otra) que anhelo que dure al menos tres meses.

La vida empieza a tener un sabor más rutinario y predecible. Mi tía me regaló una gift card con la que me compré nuevas cremas para los surcos, volví a dejar de fumar, otra vez. Volví a tomar agua, y no comer azúcar. El pómulo tiene todavía unos tintes verdosos, ya no morados; que cubro con mi base de maquillaje con protector solar de color 2 (not the white one, the other one).


Finalmente se acabó agosto y septiembre llegó con vientos fríos y la promesa de un segundo invierno, precoz; para el que ahora se preparan todos los nuevos inmigrantes y refugiados que han llegado en estas semanas a Canadá.


Todos llegan asustados a la tienda en la que trabajo a buscar botas, abrigos y calefactores; y yo les explico pacientemente que aún no está haciendo frío y que todavía tienen que esperar.


Tener experiencia, no te quita el miedo, pero te da cierta serenidad frente a lo inevitable.


Otro episodio se cierra. Más y más canas; y esta sensación de que en la vida voy como en el tobogán azul, rápido, con los ojos cerrados y esperando cualquier sorpresa, que ojalá no sea otro cabezazo en el ojo.


El otoño está aquí.


La oscuridad regresa poco a poco.


Esto es todo por ahora.


(Adiós verano)





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4 Comments


Maria Iturralde
Maria Iturralde
Nov 28, 2023

Muy clara para ser africana, muy oscura para ser española. ¿Serás de la India? pero al escuchar tu acento, no lo sé... Bien podrías ser una mujer andaluza. Ni de aquí ni de allá, venir de los Iturralde aquí equivale a ser Vasco, no de Latacunga.

He aprendido a disfrutar de la confusión que provoca mi mezcla de piel morena, ojos grandes, apellido vasco y acento latino mezclado con la vida en Madrid.

Aunque no he vivido un verdadero ataque racista (aquí ya la inmigración no es cosa nueva), igual lo temo siempre, porque si es posible percibir aquello que no se dice, o se dice desde una aparente simpatía.

Para las arrugas, crema y serum mimándote y el pelo,…

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estefania.espin
Sep 18, 2023

Mientras te leo me indigno contigo, y me identifico con mucho de lo que dices. A mi esposo, Daniel un White man le dijo “I Don’t know how you make coffee in Mexico“ I claro no es que nos duela que nos digan Mexicano, sino que lo hacen de forma despectiva. El Daniel es de lo que también reacciona como tú, y es algo que admiro, yo no sé si reaccionaría, así que mientras te leía, te aplaudía. Te mando un abrazo fuerte y te repito la invitación a Vancouver, ninguna provincia está libre de racismo, pero si vienes al extremo Western de Canadá la fama es de que son más ”softies” es decir más progres, o quizás un racismo…

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cpereiramenezes
Sep 16, 2023

Que lindo escribes amiga! Te leo como si me estuvieras hablando…de echo creo que llego a escuchar tu voz cuando te leo…me encanta!

Que vuestro segundo invierno sea más leve!♥️

Te quiero!😘

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Daniela Saeedi
Daniela Saeedi
Sep 15, 2023

Te abrazo en el alma y me identifico mucho con lo que escribes Pau hermosa. You got this girl ;)

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