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Foto del escritorPaulina Simon T.

Optimismo en un día libre



6 de julio



Llevo mucho tiempo sin escribir, sin sentarme en la computadora para nada. A veces escribo unas notas en el celular que no sé muy bien donde he guardado, ni qué dicen.

No sé si son muchas o pocas cosas las que he escrito, pero no las reviso.


Pasan las ideas más bellas por mi cabeza y las escribo en el aire mientras canto y camino hacia la parada del bus.


Tengo tanto que decir y nada a la vez, porque solo es mi vida la que está sucediendo. ¿Para qué escribir sobre eso? ¿Es un tema de vanidad?


La escritura está en un estado de conflicto permanente para mí. A veces cuando me obligo a escribir, por el hábito que supuestamente debería forjar, es cuando peor escribo, cuando tengo esos deadlines de revistas.


Casi nunca me gustó lo que publicaba en las revistas.

Me perturba el lenguaje de revista. Empiezas con una idea y vas liberándola, pero te acuerdas de la extensión, de la fecha, del día de la hora y de qué va a ser reescrito por el editor al modo revista. Con palabras que yo nunca usaría. Quitándome mis errores, que son mis cosas bonitas, finalmente.

Por qué sí.

Porque escribo mal.

Porque uso muchos lugares comunes.

Porque divago.

Porque no digo nada.

Porque uso mal todos los tiempos verbales.


Odio escribir cuando las cosas tienen que tener sentido y las ideas tienen que cerrarse y tengo que decir algo específico y entonces si no lo se hacer bien, me pongo a enumerar.

Enumerar cosas es mi forma de escribir, cosas que quizá pudieron ocupar páginas de los libros que no estoy escribiendo, pero como solo escribía para la revista entonces, enumero rápidamente.


Entonces, escribir. ¿Contar, no contar? ¿Qué contar? ¿Para qué?


Los diarios también están abandonados, tengo miedo de escribir. Es ponerme en contacto con alguna emoción que casi siempre es mentira, es la ilusión de lo que estoy viviendo y no puedo escribir sin juzgarlo.


Quiero vivir una vida sin juzgar.

Hace algunos meses empecé a sentir ese deseo de empezar un camino de atención en el presente. Después de muchos años de vivir con depresión y tres años de tomar medicación. Cuando se acabó el invierno decidí dejar de tomar la medicación y empezar a hacer algo más por mí y por devolverme la vida.

He hecho muchas cosas en estos años que me han llevado ahora dónde estoy.


Entonces escribir ha estado relacionado en mi vida con sentirme mal, con estar deprimida, con estar enojada, con el cinismo con el que me protejo de todo lo que es suave y luminoso. No creo que mi escritura haya sido exageradamente cínica, pero mi actitud siempre ha tenido ese tinte.

Depresiva cínica extrovertida = ¡Deberías tener tu show de stand up!


Mi personalidad y mi escritura, siempre vinculadas. Excesivas ambas. Aunque en la escritura soy pudorosa y políticamente correcta y solo uso palabras que se puedan leer en la recepción de un médico y que mi papá y mi mamá puedan leer sin asustarse.


Soy correcta. Me gusta agradar. He dedicado todos mis esfuerzos siempre a agradarle a la gente y también cuando escribo.


¿Es la escritura un mecanismo para mantenerme deprimida, o es deprimente no saber escribir de otra manera?


Entonces el cinismo, ver la realidad y describirla desde una experiencia de desconexión, de dolor, pero desde el humor. Suena horrible que esa pueda ser la mejor descripción para lo que ha sido mi escritura.


Hace 4 meses empecé a mover mi cuerpo después de muchos años de no usarlo para nada, y una vida entera de sedentarismo. Fui al quiropráctico, dejé el azúcar y empecé a hacer yoga.


En mi trabajo camino unos 15 mil pasos al día y uno o dos kilómetros diarios en movilizarme como parte de mi rutina diaria de buses, etc.


Recuperé mi movilidad, la fuerza de mi musculatura, las contracturas y contracciones, el dolor crónico en la rodilla y en la espalda baja. Empiezo a corregir la postura del cuerpo y es como si un ángel pasará y me soplara vida dentro del cuerpo.

Redirección toda mi energía en moverme y mi mente finalmente se empieza a callar. Debo respirar mucho mucho mucho mucho especialmente cuando veo que está a punto de atacarme la ansiedad. Respiro y hablo en voz alta, me hablo en voz alta, me digo cosas aunque esté en la calle o frente al espejo o solo susurro: Estás bien, eres fuerte, solo respira, ese es solo un pensamiento déjalo ir… Déjalo ir. Respiro y me mantengo.


Me ayudo con la música. Es como una trampa para mi cerebro, cuando no lo puedo controlar respirando le lleno de música y si siento que estoy empezando a deprimirme de nuevo me obligo a cantar en voz alta también y si es posible caminar o quitarme los zapatos y estirar los dedos de los pies.

Entonces no escribo. No me siento y las ideas hermosas no permanecen, igual que los pensamientos tortuosos.



Aparecen delante de mí son bellas, las repito varias veces para quizá acordarme de escribirlas más tarde, pero nunca pasa. A veces me digo en voz alta: a ver cerebro, por favor esto si acuérdate, pero es imposible atrapar la vida y es ahora mismo innecesario.


Es todo casi irreal. Estoy como siempre tentada a pensar: es inevitable que todo se vaya a la mierda eventualmente y que este bienestar no sea una situación permanente, puede que esta fuerza, el movimiento, la vida que fluye, el verde del pasto, el cielo despejado, el calor en el que siempre hace frío, abandonen mi alma y vuelva a caer en la oscuridad de mi depresión, en las garras de mis traumas.


La escritura juzga. Por más que intento solo describir la realidad no puedo evitar decir como la siento, calificar cada cosa que veo, cargarle de sentido, de textura y de emoción.


Decir que estoy en una mañana de verano en mi día libre del trabajo, en un campo de fútbol a una distancia prudente de mis hijos escribiendo mientras ellos juegan fútbol en un vacacional al que les invitaron a asistir sin pagar.

Mientras escribo después de haber hecho yoga, (a pesar de que dos personas me interrumpieron para hablarme de cualquier cosa) están montando el Farmer’s market y me empieza a dar hambre a pesar de que no puedo pagar muchas de las cosas que venden, pero casi siempre compro algo para pasar el antojo de una fruta o una verdura orgánica de temporada.


Esta mañana me levanté miserable, algo que no me había pasado en 3 meses (Es tal vez por eso que me animé a escribir) dormí poco, apenas abrí los ojos volví a acordarme de un pleito que tuve en el trabajo con una señora que se apareció de pronto en mi panorama de paz mental como una prueba de fuego.

Me tomó casi dos horas preparar almuerzos, frutas, sanduches, empacar un cooler con ruedas repleto de provisiones para pasar toda la mañana en la cancha. El viaje en el bus se sintió mortal, hacía frío, me acosté en el mat de yoga y el Nael me dijo que no podía estar ahí, que los papás no se deben quedar ahí viendo, sino irse, pero mantenerse a una distancia desde la que él puede saber que sigo aquí. (Mami: No vayas a desaparecer).


Traje mi computadora, escogí una práctica de yoga de 17 minutos que se llama “Yoga for when you feel dead inside”. Vencí la vergüenza de hacerlo al aire libre a pesar de que un señor mayor que se quedó mirándome un rato de lejos, y casi me hizo perder el equilibrio. Salió el sol.


De vez en cuando regreso a ver a la cancha y les veo.

Veo muy mal de lejos incluso con lentes pero el Elías tiene gorra blanca y zapatos blancos y el Nael la misma gorra roja desde hace un año, entonces les veo.


Les amo a mis hijos. Me arrepiento de la mayor parte de las cosas que he hecho al criarles de niños pequeños. Como le decía el otro día a mi amiga Juliana, el karma de los errores de las madres se paga en esta misma vida, a lo largo de las próximas décadas. Pero en mis nuevas prácticas de vida estoy harta de juzgarme. Juzgar tan duramente cada minuto de mi vida y de todo lo que pasa a mi alrededor. Arrastrar el pasado reinterpretado siempre desde el drama e imaginar el futuro cómo un posible desastre.


No puedo decir que estoy viva, viviendo así.


Así se siente la vida con el peso de la depresión y de una mente sobrestimulada.


Borrarme del mundo al que alguna vez pertenecí me ayuda a liberar la imagen de mí que no deseo en el presente.


No me aferro a mí, a mi nombre, a lo mío, a dónde nací, a quien fuí, a las cosas que hice. Este viaje a otro país, es como un viaje a otro planeta, es el viaje a mi interior.




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