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Foto del escritorPaulina Simon T.

La anarquía del amor: no más infieles, más amorosos

El fin de semana en que me senté a escribir este artículo, se hizo viral una noticia: “Un supuesto infiel es captado en la Noche Amarilla del BSC”. Un canal de televisión, en la previa a este clásico partido de fútbol en el Ecuador, pasea su cámara entre el público y se detiene por unos segundos en una pareja que se abraza y se besa, hasta que el caballero se da cuenta de que está siendo grabado, y de un modo no tan discreto, deja de abrazar a la mujer, se separa y la hace para atrás mientras toma una postura distante, de desconocido, con los brazos sobre las rodillas; y ella también mira en otra dirección, como si no entendiera lo que acaba de pasar. Esta transmisión se compartió en Twitter y de inmediato se convirtió en meme, en encuesta, en suposición, en un suceso que se destacó más que el propio partido. En una publicación impresa, al día siguiente, se comentó que en redes sociales el presunto infiel, no identificado aún, recibía el apoyo y la consideración de otros hombres que lo reconocían como un “soldado caído”.


Hace un año, el 8 de marzo, durante el Día Internacional de la Mujer, circulaba en grupos de Whatsapp y, en cuestión de pocas horas, en todas las redes sociales, un video en el que un esposo confronta a su esposa a la salida de un motel. Ella está aparentemente con su amante. Él la graba con el celular poniéndola en evidencia y diciendo para el video, “Miren de dónde sale la señora, la muy señora…”, ella trata de quitarle el celular sin suerte. El video circula y la mujer se convierte de inmediato en la comidilla del pueblo. Hombres y mujeres la condenan. A la “muy señora” le dicen en redes que agradezca que el marido no le pega, le dicen zorra, le dicen “te mereces esto por puta”, aplauden al esposo por no haberse quedado como un “cachudo” pasivo, sino haber tomado la justicia en sus manos.

Aunque el objetivo de este texto no es comparar y abrir un debate sobre cómo el infiel es aplaudido, mientras la infiel es lapidada; y cómo el adulterio se castiga como otra más de las artimañas del machismo extremo; estas noticias me parecen un extraordinario preámbulo para hablar del tema que me convoca: el poliamor. En una sociedad cuyos escándalos virales están relacionados a los “cachos”, los “cuernos”, las infidelidades, las traiciones, el comportamiento sexual indebido y los “packs” (desnudos que se reciben por medios digitales); sin mencionar los femicidios por crímenes “pasionales”, parece que preguntarse qué es y cómo funciona el poliamor podría ser una ironía o, quién sabe, la respuesta a tanto odio y tanto humor corrosivo frente a lo que podría ser el fin de la monogamia.


Mientras leo y googleo me doy cuenta de que soy mucho más conservadora e ingenua de lo que creía. Había escuchado de algunas personas conocidas de lejos que habían “abierto” sus matrimonios. Pero aparentemente, en varios casos, esta apertura implica que una de las dos personas en la pareja se cansa de la monogamia y decide salir con otras personas, mientras la otra se queda en la casa cuidando de los hijos y de la “relación”. Esto, y algo que escuché sobre la existencia de clubes de swingers en el Ecuador (no creía que era verdad, pero se anuncian en internet por docenas como “experiencias para parejas liberales”) es lo poco que había oído sobre alternativas a la monogamia.

Hasta que el semestre pasado asesoré una tesis de cine documental sobre una amistad entre dos jóvenes mujeres en sus veintes que viven de acuerdo a sus propias normas, entre ellas la de ser poliamorosas.


En este documental hay una escena maravillosa en la que la directora convoca a un encuentro con cervezas a su amiga, con quien hace la película, y a los dos chicos que son sus parejas actuales. Hablan de todo un poco de manera casual y entretenida, hasta que uno de ellos propone como tema “el amor que duele”. Mientras los dos chicos corroboran esta idea, las dos chicas lo niegan rotundamente. “¿Por qué debería doler el amor?”, pregunta una de ellas, y afirma, “Lo que duele no es el amor, sino las expectativas que tú pones sobre la otra persona”. En ese momento uno de ellos toma coraje para decir que desde que su novia le dijo que es poliamorosa, él vive en constante estado de dolor, a pesar de que ha aprendido a vivir con esto, respeta la postura de ella y la acepta porque la ama. Su rostro delata un tanto de desconfianza o más bien diría de resentimiento, como si, sin decirlo, estuviera sacándole en cara que él es estoico al “tolerar” su relación abierta. Pero es real entonces, lo que le duele es que tenía expectativas de ser único para ella y simplemente no lo es. Pero se puede aprender a vivir así, aceptando los límites y las búsquedas del otro; tratando de que estas no te hagan infeliz.


Lo importante y lo que más me impresiona de esta charla es la absoluta honestidad con la que hablan; sobre todo la de ellas. Dicen lo que sienten, dicen abiertamente lo que quieren emocional y sexualmente, hablan de deseo, consentimiento y respeto. Me impresiona darme cuenta de que jamás en mi juventud mantuve una conversación de esta índole con nadie; y una vez que he formado parte de un círculo de personas casadas, he oído apenas murmullos sobre lo peligrosa, grave y nefasta que puede ser la infidelidad, como esa manzana prohibida o podrida; mientras el matrimonio es territorio de esfuerzo, tesón, paciencia y constantes acrobacias para mantener en pie el amor, la pasión y el deseo. No me imagino a alguna de mis conocidas diciendo que va a pasar tiempo con su novio, así como no me imagino al hincha del Barcelona diciéndole a su esposa, “Mi amor, ya regreso, me voy al estadio con mi novia” O al esposo afuera del motel estrechando la mano del amante de su esposa porque, finalmente, le alegra que ella esté feliz.


¿Qué ha pasado con el amor desde que yo era una joven de veinte años? ¿Qué pasa ahora? ¿Qué ha pasado desde la era de Platón hasta la nuestra? Aparentemente, la idea de la monogamia aparece con las primeras tribus que se asientan y empiezan a sembrar, por lo tanto, a denominar a una cierta tierra como suya y así, arbitrariamente, a un hombre o a una mujer como parte de esta recientemente adquirida propiedad. Luego, en Occidente, se extenderá, afianzará y se volverá una ley desde la Edad Media con el Cristianismo.


Sin embargo, Platón, en su obra El banquete, proponía, y lo digo burdamente, servirse. En esta obra del 385 A.C. ya se sentaron entre vinos y bailes los comensales a hablar de amor y erotismo, como lo hacen hoy en día, en la película de mi alumna. Y aunque Platón propone los términos el amado y el amante, y elucubra sobre el amor pasivo y el activo, muy poco se refiere al amor romántico de nuestro tiempo; sino que lo lleva al ámbito del intelecto y el erotismo; a un aprendizaje y sabiduría que trasciende a partir del amor y el placer. Solo algo le falla en ese momento a Platón, incluir en la ecuación a las mujeres que quedaban un poco por fuera, en el papel de las reproductoras. Pero la relación homosexual se mantenía firme y protegida.


Eso en Occidente. Al otro lado del mundo, en China, todo señor podía tomar una segunda o hasta tercera esposa; y después concubinas; lo mismo en la India musulmana: la poligamia ha existido siempre en varios países árabes y en los Estados Unidos, representada por los mormones. Pero en todas estas culturas y tradiciones ha sido siempre el hombre quien puede tomar esposas y concubinas, hay casos en que incluso decenas de ellas, mientras la mujer debe permanecer como parte de una casa imperial o un harem, criando y cuidando los asuntos de su marido e históricamente peleando por su supervivencia prioritaria en medio de tanta “competencia”. Ganar el agrado, beneficiarse de la riqueza y bondades del marido, viene de una larga contienda entre mujeres.


Entonces, por un lado una monogamia infame, en la que las mujeres hasta casi el siglo XVI no eran más que propiedad de sus maridos (ellas y sus dotes); una poligamia, en la que las mujeres son propiedad de sus maridos (ellas y sus dotes); para luego llegar al siglo XVIII en el que aparece el Romanticismo como corriente de pensamiento y empieza todo el mundo a suicidarse por amor y creer en el amor romántico como la ley que mueve al mundo, a creer que todas las personas tienen un alma gemela y a empezar a vivir el amor como la gran prueba de supervivencia de la humanidad: vivir felices hasta que la muerte nos separe.


Alain de Botton, fabuloso escritor y filósofo contemporáneo, que enseña filosofía para la vida, habla en algunas de sus charlas dedicadas a parejas sobre como “La forma en la que amamos depende de nuestra sociedad” y cómo esa construcción social es la que nos ha colocado en este momento: el del escándalo pasional, el de la sexualidad tapiñada, siempre subterránea; el de las infidelidades como crímenes de estado y el universo de las expectativas incumplidas que siempre mantendrán a los amantes en estado de infelicidad.


Como para rematar, cuando un tema me persigue y crece en mí como una gran incógnita de cómo funciona la vida, me reúno con otro grupo de alumnos, también en sus veintes, y del mismo modo en que mi alumna documentalista mantiene con su grupo una charla honesta y desinhibida, estos empiezan el encuentro preguntándome abiertamente por mi preferencia sexual. Me quedo perpleja una vez más. Parece que nunca nadie, ni yo misma, me había hecho esa pregunta. Temerosa y avergonzada respondo, “Heterosexual”, y como si ya fuera demasiado mala mi respuesta, frente a sus caras expectantes, agrego “… creo”. No es que tenga dudas, pero me doy cuenta que no es la respuesta esperada. Todavía quisiera agradarles, pero he perdido. Se ríen abiertamente y me dicen, “Ay, Pauli, ya nadie es heterosexual”. En su grupo aseguran que apenas dos personas de unas 25 son heterosexuales; el resto son bisexuales y entre ellos, casi la mitad son poliamorosos. Es el momento de que ellos me enseñen a mí y entonces empiezan mis preguntas. ¿Cómo funciona?


Funciona con algunas reglas y mucha sinceridad; a diferencia de la infidelidad. Una persona poliamorosa se asume como alguien con una capacidad amplia de amar y de desear a más de una persona y a más de un género; pero sin el ánimo de poseer, que es el concepto que ha arruinado el amor romántico por siglos. Converso largamente con una de mis nuevas amigas veinteañeras que práctica el amor libre y me dice, “Aunque todo el mundo nos considera los infieles con permiso, somos personas que buscamos acabar con los dobles estándares que se manejan en las relaciones desde hace siglos”. Y aunque suena idealista, es así cómo funciona: decir la verdad, asumir que no se ama a todas las personas por igual, tratar de no buscar la correspondencia del otro con expectativas de recibir lo mismo que se da. No buscar la exclusividad. Tener una ética en cuánto al sexo, que debe ser siempre seguro y consensuado; y sobre el que hay que llevar un récord limpio que se comparte con las nuevas parejas. Y también tener un récord emocional que, si bien no es necesario compartir todo el tiempo, involucra que cada persona envuelta en una relación sepa con quien o con cuántas personas se involucra el otro.


Investigo y existen en el mundo comunidades, talleres, terminología, reglas comunes a todos los practicantes, advertencias sobre los oportunistas que solo están tratando de pescar aventuras y se hacen pasar por poliamorosos, mucha información para parejas casadas que erróneamente creen que el poliamor salvará sus matrimonios.


Reconozco gente feliz, que vive placenteramente sus vínculos, como me ha dicho mi amiga: más que relaciones, mantiene vínculos. Cada persona tiene algo con lo que se vincula emotiva, intelectual y físicamente; además de la posibilidad de renovarse a una misma en cada nuevo vínculo, disfrutar de cada faceta. Casi como un juego de roles, en el que, de algún modo, no estás a expensas de complacer todo el tiempo a esa alma gemela a la que te has atado, sino que fluyes con lo que sucede en el ahora, sin buscar respuestas para la temporalidad o vigencia de la relación.


Lo veo todo con cierta distancia y fascinación. Me he comido todo el cuento de que hemos dejado atrás la Edad Media y el amor romántico; aunque obviamente no es así y las personas que practican dignamente el poliamor e incluso la bisexualidad, como una capacidad de amar diversamente, son una minoría, una joven minoría. Su deseo sincero de cambiar la forma de amar en su vida y en su entorno, y de empezar a ofrecer resistencia a una construcción social del amor, machista, enfermiza, exhibicionista y llena de aristas, propone una dinámica más genuina y casi utópica; pero ya ejecutable y en pleno apogeo.

Aún así, las preguntas surgen y surgen. ¿Y cuándo quieras tener hijos? ¿Y si sientes celos? ¿Quién es tu pareja predominante? ¿Existe tal cosa? Tratar de entender una perspectiva nueva, con unos prejuicios viejos, no es un tema sencillo.


Quisiera que fuera posible encargarle a la era del poliamor que menos mujeres fueran asesinadas por sus parejas enloquecidas de celos, que no se le considerara un héroe al infiel, ni una zorra a la mujer que tiene un amante. Quisiera que la utopía de un amor libre nos cobijara a todos, pero es largo el camino de reconstruir aquello que ha sido sembrado en nosotros desde hace siglos.


Alain de Botton, aunque defiende el poliamor, afirma que no necesariamente funciona para todos, al igual que el sexólogo español experto en relaciones no convencionales Miguel Vagalume, quien dice que hay que pensar bien antes de meterse en ese caos que puede ser el poliamor. “Cuando apareció el divorcio no se divorció todo el mundo, sino quien quería solamente. Y con esto pasa exactamente igual”, dice.


El mundo cambia y las formas de amar evolucionan. No sé cuánto he evolucionado yo. Me siento ligeramente envejecida después de haberme informado, pero tranquila de no estar completamente alarmada. También me siento un poco vieja para el lío del poliamor, pero lo suficientemente joven como para seguir amando a mi manera, mientras tenga sentido para nosotros: para él y para mí. Espero que los ideales del poliamor prevalezcan para quienes lo viven y espero que no sea demasiado tarde para el hincha del Barcelona, ni para la mujer que salía del motel, para encontrar nuevos caminos en el amor, que sean más realistas, menos humillantes y menos virales.


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