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Foto del escritorPaulina Simon T.

High on Sugar


29 de mayo



Toda la felicidad se relaciona con el azúcar.


Es la recompensa a ser feliz.


Te tomas un helado cuando estás feliz.


Te tomas un helado para estar feliz.


Azúcar, feliz.


Es tan difícil vivir sin azúcar.


Estremece todo mi cuerpo de alegría.


Es cómo un apoyo para realmente sentir la felicidad.


Azúcar.


Mi papá nos llevaba todos los sábados a comer helados.

Y mi abuelo también.

Un recuerdo nítido que tengo con mi papá, fue de una época en la que tomábamos helados en una heladería en la calle Colón, muy cerca de dónde él trabajaba. Calles Colón y Amazonas, Zanzíbar.


Eran los primeros helados de cono que tomé, en un cono wafer.

Los sabores eran hechos con yogur. Los helados más deliciosos de la tierra. También nos invitaba siempre helados de sabores de crema en el camino a cualquier viaje en el que se pasaba por Machachi. En especial de ida a Latacunga. Paraba y tomábamos estos helados con tanta crema que sentías como se te repletaba el estómago y te empalagabas y te morías de la felicidad.


Esos helados seguí tomando siempre con mis hijos desde que pudieron tomar helados, más o menos el primero a los 4 años y el segundo a los 2 o antes seguramente.

Momentos de felicidad compartidos a partir del azúcar. Momentos que se comparten para estar feliz.


Fiestas llenas de caramelos, cumpleaños repletos de azúcar, domingos llenos de azúcar. En mi época era solo un día a la semana, o un sábado o un domingo; ya para la época de mis hijos, podía llegar incluso a ser helados diarios.


Hoy le compramos al Nael un slurpee. Pidió el paquete grande de gomitas y yo le dije que no. Insistieron ambos tanto, que obviamente terminamos comprándoles la bolsa grande.

Cero autoridad, y luego para completar no había el slurpee pequeño y tuvieron que elegir el mediano.

El Nael tenía toda la boca azul, la lengua azul, el paladar, los dientes.


Pero está bien porqué está feliz.

Yo siempre cumplo mi promesa cuando se trata de golosinas.


Puros chantajes.


Les doy todo lo que me piden y más.

Mucho más.

Mi darles no tiene límites.


Les doy todo de mi vida y de mí, y también les doy esto: azúcar, momentos rodeados de azúcar asociados a la felicidad.


Ninguna moderación, porque en darles azúcar reside mi forma de darles amor y momentos felices.






Lo mismo que hacía mi papá conmigo y mi abuelo también hacía con nosotros.


Nos llevaba a tomar helados de paila, y a veces nos comíamos dos, mi hermano Yamil al menos, siempre se comía dos. Y de dos sabores. Guanábana y mora; era siempre un preferido. Frutilla con guanábana. Frutilla con mora.


Azúcar, amor.


Viene su prima de visita, les compra la funda grande de gomitas, les invita café helado y yo le añado galletas del 7- eleven.

Y yo mientras no me ven en la parada del bus, necesito comerme otra galleta más. Creo que voy tres, sola sin que me vean.


Necesito azúcar, me la merezco porque estoy feliz, estoy feliz porque voy a permitirme toda esa azúcar y luego voy a estar feliz durante algunas horas más por qué comí azúcar y cuando ya empiece a sentir que no estoy tan feliz y que me estoy sintiendo cansada, me vuelvo a comer alguna otra cosa dulce, un cereal.


Algo con menos azúcar o que al menos se diluya en la leche. Eso pienso.

Cada vez que escribo sobre mi consumo de azúcar siento que estoy escribiendo una bitácora del futuro de una persona con Diabetes.


¿Tengo diabetes ya?


¿Soy feliz ya?


Cuando hice los procesos de desintoxicación de azúcar esta vez, la última fue de casi dos meses. Me siento centrada. Me da risa decir esto. Por qué la verdad no sé bien cómo me siento. Quizá más ligera, pero no estoy segura de nada.


Debería revisar en mi app, debería hacer entradas de diario además de los síntomas. Debería siempre pelear contra mis vicios. ¿? no puedo escribir sobre ellos.


Ese es el límite de lo personal en mi escritura; mis vicios, son mi autocensura.


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