(Este es un texto escrito en dos tiempos).
En el día -3 antes del día D me toma toda la mañana limpiar la refri para un potencial comprador que no existe.
No logré venderla.
Pero tenía que quedar impecable. Mi dignidad está en esa tarea.
Limpio y se acelera el corazón haciendo un recuento de todas las cosas que tengo que hacer, de lo cansada que estoy, de lo triste que me siento, de tamaño inflamado de mis ovarios premenstruales a la hora de doblarme para fregar las hendijas de las repisas que tiene manchas viejas de salsa de tomate y del líquido verdoso de los pickles.
Se me va la mañana en esto mientras estoy en estado de pánico. Pero fregando la refri se me pasa un poco.
Siento taquicardia mientras escribo esto.
Es probable que deba escribir de nuevo sin tanta adrenalina de por medio.
El texto queda, en efecto, abandonado.
Lo continuó casi de meses después de haber limpiado esa refri y escrito ese texto. Y ahora reinterpretar el sentido que tiene aquel texto y las que cosas se anticipaba.
Todos mis temores enfocadas en no dejar rastro, contando los días, las horas, repasando la lista de pendientes. Sin pensar. ¿Qué está pasando. Cómo sucede todo esto a tanta velocidad. Hacia dónde voy?
No tengo recuerdos de ese día. Solo un poco de la incertidumbre de saber que ese día vacié mi refri y es el último día que estaré en esa casa de manera funcional. La refrigeradora es el corazón de la casa. ¿Qué estoy limpiando?
La última despensa. sin ninguna certeza de cuándo volveré a llenar una refrigeradora en otro país. ¿Llenar, será eso posible?
Somos una familia apegada a la refri. Mi marido decía entre risas: Mala idea migrar al primer mundo con hijos entrando a la adolescencia.
En la refri, las fotos de la familia cuando ambos eran bebés. Ahí los cuatro con cara de locos en una selfie que nos tomamos en el 2016 para hacerles portarretratos a los abuelos en Navidad y llegaron en mi maleta los imanes que cuentan que viajamos en tren por el Ecuador y que ese tren ya no existe. Que visitamos una reserva de animales en el Puyo, que paseamos en lancha por el río en Misahuallí, con los amigos, que ahora no están.
Pienso en los últimos años, en Pandemia nuestra amistad creció tanto y se forjó tan intensamente en torno a nuestros amigos que esa refri era un símbolo de amor. La Zuly metiendo todas las cosas que trae de comer a mi casa, y que los hijos de mis amigos abren la refri como en su casa, porque estamos en casa juntos y que la Paula mete dos pie de limón gigante para que nos sentemos más tarde a comernos.
La refri. Tanta vida pasada.
La refri es la última en salir de la casa.
Con ella se detiene el corazón de la familia en esa casa y hasta próximo aviso.
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